Dos miembros del equipo de Paréntesis ibamos caminando por los pasillos del CES 2015 en una de las secciones menos innovadoras del centro de convenciones cuando sentimos que alguien nos estaba siguiendo. Comenzamos a caminar más rápido hasta que nos sorprendieron con un fuerte "Hey!". Cuando volteamos, detrás de nosotros no había una mujer, como la voz lo sugería, sino un pequeño robot con una pantalla como rostro.
El rostro proyectado en esta pantalla era el de una chica que nos saludaba con la mano, así que por un segundo Ricardo, un integrante del equipo de producción, y yo nos miramos a los ojos desconcertados al no saber si lo que nos saludaba era un programa precargado o una persona. Después de un par de segundos de tropiezos pregunté a la mujer en la pantalla si era una persona a la que le estaba hablando o a un robot. Su respuesta fue clara: "Hablas con una persona, me llamo Victoria y vivo en San Francisco, ¿cómo están?"
Toda esta tecnología resultó ser la propuesta de Beam, una compañía que fabrica estos peculiares robots que hoy poy hoy se piensan con fines médicos, pues aunque el cuerpo es de metal, en realidad es una persona la que de forma remota controla los desplazamientos de la máquina. Gracias a que cuenta con una cámara es posible interactuar con la otra persona aunque esté a miles de kilómetros de distancia. Lo puedes ver y te puede ver, lo puedes escuchar y te puede escuchar, al menos hasta que se agoten las 8 horas que brinda su batería en uso continuo.
Sin duda alguna éste fue uno de esos hallazgos que si bien no son tan ostentosos te recuerdan que el empleo que se le puede dar a la tecnología puede tener el equilibrio perfecto entre lo superficial y lo verdaderamente útil para la sociedad.
