Felicidad en el reino
Es fácil amar Super Mario Odyssey. Desde el dinámico inicio donde nuestro héroe pierde la batalla —pero no la guerra— con Bowser, el juego exhibe personajes, escenarios y mecánicas diseñadas para mantenerte con una sonrisa en cada momento. De verdad: creo que el truco de Super Mario Odyssey radica en su capacidad de hacernos sentir felices, ni más ni menos.
Cada enemigo es una nueva posibilidad
Es probable que mi rostro de dicha constante y mi sonrisa grande no muestre mi lado más sexy, pero no me importa: he pensado en SMO desde que lo inicié en mi consola y hasta este momento en que escribo mi reseña. Eso incluye en la regadera, en el super, en la oficina —perdón, jefe— y mientras estoy en el cine, lo acepto.
El juego tiene un ritmo majestuoso. No diría que inicia lento, pero sí que se pone cada vez mejor. Los reinos son muy diferentes, habitados por creaturas que te invitan a ser poseídas/capturadas al arrojarles tu gorra en el momento en que te las encuentras. No es casualidad que veas a un enemigo nuevo y salives con las posibilidades que ofrecería capturarlo. Ocurre con la ranita —que te deja saltar altísimo—, ocurre con el tiranosaurio —que destruye todo a su paso— y ocurre con los Goombas, Bullet-Bills y las otras decenas de enemigos capturables. Otro porcentaje de la magia de Nintendo se hace presente cuando descubres que NO puedes capturar a ciertos enemigos. ¿Cuáles? Los que ya tienen un gorro, naturalmente. ¿Te preguntas si hay algún modo de salirte con la tuya? Sí, quítales el gorro previo. Es una obviedad y una tontería, pero mi mente de diseñador lo interpreta como una excusa que solo busca un mejor sistema de juego y no una explicación lógica a todos los sucesos.
SMO es, para bien y para mal, muy similar a Super Mario 64. Quizá eso influye dramáticamente en las puntuaciones que ha recibido por otros medios: la nostalgia es poderosa. Para mí, a mis casi 32 años, que una creación me traiga la emoción de cuando tenía 10, es invaluable.
Habiendo dicho eso, necesito decir algo: SMO no hace por Super Mario lo que Breath of the Wild hizo por The Legend of Zelda. SMO no es un juego que rompe los esquemas de la franquicia ni es un antes y un después. Lo que sí es es un perfeccionamiento de la serie. Cada escenario, cada detalle, cada movimiento muestran que éste es un producto de amor, de tiempo de desarrollo, de destreza. Es natural que muchos de los involucrados en Super Mario 64 sean los creadores también de SMO.
Adoré los segmentos 2D de Super Mario Odyssey. Al entrar a ciertas tuberías, Mario abandona sus movimientos 3D y el juego adopta una perspectiva lateral, como en Super Mario Bros. que definitivamente me recuerda a aquella dinámica de las pinturas en el maravilloso The Legend of Zelda: A Link Between Worlds.
SMO es enorme y posee un nivel de rejugabilidad gargantuanesco, pero eso lo deja a tu elección. ¿Quieres pasar al siguiente nivel cuanto antes? Consigue las lunas mínimas para darle combustible a tu sombrero volador —hey, dijimos que a Nintendo no le importa la lógica. ¿Quieres encontrar cuantos secretos sea posible? Prepárate para algunos de los momentos más difíciles de Super Mario. La dificultad depende de ti.
Sin embargo, no todo es perfecto. La cámara te causará algunos problemas, el tutorial de movimientos podría ser más claro y, aún cuando el juego se ve tremendo en modo portátil, es mejor jugarlo en la televisión porque los controles de movimiento son demasiado buenos —lo cual quizá no debería ir en mis quejas, pero es importante mencionar es un juego menos portátil que otros de la consola.
SMOMG
Como te imaginarás, debes tener Super Mario Odyssey. Es un juego fantástico, imaginativo, emocionante. Es un vende-consolas, uno más en la breve vida del Nintendo Switch. Es un candidato a Juego del Año y referente obvio a la industria durante 2017. Es una versión avanzada del género plataformero que el mismo Mario popularizó hace más de tres décadas. Es felicidad tras felicidad.