Cada vez pasamos más tiempo en ambientes digitales, donde todo está pasando simultáneamente y donde la información es casi infinita y ciertamente inagotable. Aunque no podemos leer todos los mails, ver todas las noticias y todas las actualizaciones de nuestros amigos, nuestra presencia digital nos exige que estemos ahí, contestando, actualizándonos, enterándonos, siguiendo la imparable bola de información que rueda.
Douglash Rushkoff, uno de los analistas de medios más brillantes de la actualidad, detecta que esto es un potencial problema. La información digital tiene una ventaja sobre nosotros: no se desgasta. Puede ser copiada exactamente de tal forma que cada archivo es equivalente a una pieza original. En el mundo análogo las cosas son distintas, una película que se reproduce demasiadas veces se va mermando, lo mismo ocurre con una página que se fotocopia. El problema, según señala Rushkoff en su libro Present Shock, es que nosotros somos seres análogos. El mundo digital no necesita descansar, pero nosotros sí. La experiencia de estar perennemente bombardeados por flujos de información, de estar en todas partes al mismo tiempo, de dividir nuestra atención ya no sólo entre lo que sucede fuera de la pantalla y lo que sucede dentro de la pantalla, sino con lo que sucede en múltiples pantallas, va haciendo mella en nuestra propia capacidad de procesar y darle sentido al mundo. Esto puede llegar al punto de lo patológico.
“Los esfuerzos extraordinarios que tomamos para estar al tanto de cada mínimo cambio en los flujos de información acaban magnificando la importancia relativa de estos blips en comparación al esquema real de las cosas. Los inversionistas cambian divisas, los políticos responden y los amigos juzgan conforme a los micromovimientos de las agujas virtuales. Al dividir nuestra atención entre nuestras extensiones digitales, sacrificamos nuestra conexión con el verdadero presente que estamos viviendo. La tensión entre el presente simulado del bombardeo digital y el ahora real de un ser humano coherente, genera un segundo tipo de shock con el presente, lo que llamamos digifrenia –digi de "digital" y phrenia de "una condición desordenada de actividad mental–".
Antes de que cortes el cable o de que califiques a Rushkoff de tecnofóbico o neoludita, él mismo matiza: "Esto no significa que deberías de ignorar la realidad digitalmente mediada totalmente... existen formas de interactuar con la información que no necesariamente segmentan nuestra conciencia en pequeños bits. En vez de sucumbir a la esquizofrénica cacofonía de la atención dividida y la desconexión temporal, podemos programar nuestras máquinas para que se alineen al ritmo de de nuestras operaciones , ya sea que se trate de nuestro propio ritmo o el de nuestras organizaciones o negocios. Las computadoras no sufren del shock del presente. Nosotros somos los únicos que estamos viviendo en el tiempo”.
Existen numerosas formas de programar nuestra tecnología para que nos haga descansar de la tecnología. Una manera muy sencilla es simplemente utilizar una alerta, por ejemplo cada 120 minutos, que nos recuerde que debemos meditar 5 minutos. Otra forma es utilizar una aplicación como f.lux (https://justgetflux.com/) para que la luz de la pantalla mimetice la luz del sol en la tarde y así nos motive a seguir los ciclos naturales, desconectándonos en la noche.