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La falsa promesa de la economía compartida


"En realidad no es compartir, es vender", señala el teórico de medios Douglas Rushkoff sobre las shared economy apps.

por: Alejandro Martínez Gallardo Alejandro Martínez Gallardo

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Empresas como Airbnb, Uber o TaskRabbit, entre otras, se han catapultado sobre la plataforma del consumo compartido –sharing economy–, proyectando la imagen de que son parte de un nuevo paradigma que supone ser distinto al capitalismo rampante. Se tiene un "ethos" distinto, se nos dice, se trata de eficientar, ofrecer mejores servicios y sobre todo compartir. Compartimos espacio libre, objetos que no usamos o nuestras habilidades... pero en realidad esto es mayormente una ilusión, una conveniente forma de presentarse para ganar adeptos ante un desencanto con los modelos corporativos tradicionales. Cuando nuestros intercambios están siempre mediados por una transacción económica, el "compartir" es una crasa ilusión.

 

En su nuevo libro What's Yours Is Mine: Against the Sharing Economy, Tom Shee demuestra cómo estas empresas de la llamada "economía compartida" suelen emplear esta etiqueta como una forma bastante efectiva de mercadotecnica. Así Uber proyecta la imagen de que se trata de "compartir el auto", un servicio a la altura de nuestro predicamento ecológico, cuando en realidad solo es otra forma más atractiva de llamar a un servicio de taxis.

 

No solo estas nuevas empresas, que han crecido exponencialmente en los últimos tiempos, no comparten bienes y valores, tampoco comparten las responsabilidad cuando las transacciones no llegan a buen puerto, argumentando que no son proveedores de servicios, son solo redes sociales o plataformas de comunicación. Así gozando de una definición legal un tanto espectral pueden beneficiarse de las regulaciones. Uber, por ejemplo, no considera a los conductores empleados y así, por supuesto, no debe asumir las responsabilidades que tienen las empresas con sus empleados. Esto son los beneficios de una economía neoliberal en el terreno digital.

 

"En realidad no es compartir; es vender", explica el teórico de medios Douglas Rushkoff en su libro Throwing Rocks at the Google Bus. "De hecho, justo como el Internet antes corría con puro ‘shareware’, también habían versiones gratuitas de estas plataformas que rentan los bienes de las personas. Couchsurfing.com creó una comunidad de personas que tanto dan como reciben espacio en sus casas. Airbnb, su sucesor comercial, se vende de la misma forma pero opera de manera muy diferente: no sólo los usuarios pagan por alojamiento, sino que la vasta mayoría de las rentas son por todo el apartamento. Los anuncios muestran a personas compartiendo el cuarto extra y un lugar en la mesa de la familia, pero las estadísticas revelan que la vasta mayoría (el 87%) de los huéspedes se van de sus casas para poder rentarlas".

 

En el caso de apps como Uber y Lyft, dice Rushkoff, "no son sobre compartir espacio en un vehículo –como conducir a un amigo a una estación de tren– se trata de monetizar el tiempo y las cosas de las personas desempleadas". El caso de Uber, más allá de que sea un genial servicio para los consumidores, es sintomático de un sistema operativo ultra ambicioso. Rushkoff compara a Uber con Walmart, cuya estrategia ha sido diseñada en muchos casos para eliminar a los competidores locales, utilizando su enorme capital para sostener precios más bajos que puedan asegurarles que serán los únicos que se mantengan a flote al final y así poder monopolizar el mercado.

 

Estas nuevas empresas son aún más perniciosas en tanto a que llevan el modelo capitalista hasta el punto de que hacen de nuestras relaciones transacciones económicas, el P2P se convierte en la renta y venta permanente de todas las cosas. Cada cosa (¿y personas?) se define por el valor económico que le podemos extraer, el modelo de la economía social, inserta el capital en todos los lados. "Estas plataformas cobran por juntar al usuario y al proveedor, al pasajero y al conductor, al huésped y al anfitrión y permitir una nueva transacción donde no había ninguna. Nuestros bienes son su nuevo territorio", dice Rushkoff.

 

"La economía compartida es menos una cultura ética que parte de una transición estratégica hacia encontrar más soluciones automatizadas". Uber al final funcionará con autos que se conducen solos (como los de Google), uno de los inversionistas en esta empresa). Así la supuesta "share generation" va automatizando sus procesos sociales y económicos y el modelo P2P (de par a par), más que en una forma incluyente de economía y socialización, se convierte en un modelo que va alienando a las personas.

 

Hay que mencionar que lo anterior no invalida la tesis y el espíritu original de la economía compartida y el concepto de una generación de compartir (shareware, crowdfunding, wikis, inteligencia colectiva) solamente remarca que la forma en la que estas ideas se están aplicando no mantiene la esencia original, la cual se queda en la mayoría de los casos como una gran idea en el papel y es utilizada solamente como una carnada para que estas empresas puedan generar aceptación entre los usuarios. Douglas Rushkoff atribuye la falla de esta prometedora iniciativa al modelo de crecimiento infinito que se ha traspolado de la era industrial a la economía digital. Cuando empresas con grandes ideas se vuelven también grandes negocios y deben de satisfacer las exigencias de sus accionistas, se deja de tratar de dar valor a los usuarios y más bien se trata de extraer valor de las cosas o de los servicios. Para llegar a cumplir con las expectativas de la junta directiva y seguir incrementando el valor de sus acciones, se sacrifica toda ética y toda genuina innovación en beneficio de las personas.

 

Twitter del autor: @alepholo

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