Tendría que haber odiado Bloodborne. Vencer al primer enemigo, un lobo rabioso y de lomo erizado, me tomó alrededor de siete intentos. Después de todo, lo maté a cachetadas. Y así, con las cachetadas como arma principal, seguí jugando durante un par de horas, enfrentándome contra tipos que en una mano cargaban una antorcha y en la otra, hachas. “Dark Souls era una jalada”, pensaba, “pero esto de empezar el juego sin armas es un disparate.” Durante una de esas múltiples muertes, me hice finalmente de una navaja gigante y una escopeta (¡era lo más fácil del juego, estúpido!). Ya con armas, pasé alrededor de cuatro horas matando a los mismos enemigos de Central Yharnam, con sus linternas, sus hachas, trinches y escopetas. Me mataban y me volvía a levantar. Me mataban y me volvía a levantar. Me mataban y me volvía a levantar. Mi intención era acabar con la cruza de Meta Knight y Andre The Giant que, según yo, me permitiría llegar a algún lugar importante, y para ello necesitaba muchas bombas molotov y frascos de sangrita para llenarme la vida. Luego de al menos 15 enfrentamientos, maté al gigantón. Desgraciadamente, [spoiler alert!] no había nada al otro lado (o al menos no lo encontré). Volví a dirigirme hacia el pasillo de la fogata que estaba lleno de orates. Fue imposible evitar que me mataran al menos 20 veces más antes de que descubriera que el filito de mi Gillete gigante ya no estaba en su mejor momento.
Mis primeras 10 horas con Bloodborne fueron como chocar a 200km/h contra una barrera de concreto. Darte cuenta de que no sabes jugar como From Software aparentemente quiere que juegues es abrumador. Descubrir que te empeñaste en seguir una ruta que no debías recorrer sino hasta el regreso es una gran manera de romperte el corazón. Avanzar paso a paso con miedo de que cualquier enemigo te mate ahora que estás tan lejos de la lámpara en que apareciste –y te van a matar, porque el juego en realidad se llama ‘You Died’; Bloodborne solo es un título para distinguirlo de You Died 1, 2 y 3– es una sensación similar a jugar Jenga y quitar leeeeentamente una pieza de la base mientras ves cómo toda la torre se tambalea. De pronto, te das cuenta de que cada vez llegas más lejos y que ya entiendes cómo superar a tus rivales. Empiezas a utilizar piedritas para llamar la atención de tus enemigos y abatirlos uno a uno. Ya te sientes capaz de enfrentarte contra un jefe… y te da en la madre, como era de esperarse, pero no te sientes abrumado porque sabes que solo necesitas volver a juntar Blood Vials, bombas molotov y recorrer el camino que ahora entiendes un poco mejor. Aquel recorrido que era digno de respeto, ahora es un camino conocido con enemigos conocidos y peligros conocidos. Al poco tiempo logras vencer a tu primer jefe y ya estás completamente enganchado en el juego, tanto que el segundo jefe hasta parece que llega demasiado pronto. No es que la barrera haya desaparecido; es que ya chocaste tantas veces contra ella que finalmente empiezas a ver que no tienes que evitar el golpe; tu objetivo es agrietarlo un poco más con cada trancazo que te das contra él.
Nosotros también pensamos que este tiro no estaba parejo.
Ahora, debo confesar que me gustaría que pudieras reaparecer al instante cada que mueres. Adoro la tipografía que utilizó From Software para escribir ‘Bloodborne’, pero ya la he visto miles de veces y la he analizado a detalle, pues no hay mucho más que ver durante el tiempo que esperas en el limbo que está entre tu muerte y tu nueva reaparición. Supuestamente From Software trabajó en un parche que reduce el tiempo de espera, lo cual me parece fabuloso, pues nomás de imaginar morir y reaparecer de inmediato empiezo a salivar. También, me abruma un poco el exceso de anotaciones y espectros de otros jugadores que aparecen en el suelo; con frecuencia confundo cuáles son notas originales y cuáles son de un buen samaritano, pero me niego a jugarlo offline. Supongo que aprenderé a vivir con consejos no solicitados, igualito que en mi vida.
A decir verdad, no entiendo más de la mitad de las cosas que suceden en Yharnam (hace rato me metí en un vórtice mágico donde una mano diabólica me levantó en dos ocasiones distintas: en una me mato; en la otra, no), y todavía estoy por averiguar cómo se utilizan la mitad de los artículos con que cargo en mi inventario. Sin embargo, cada segundo de juego lo he disfrutado como pocos otros juegos en mucho tiempo. Hace rato, en mi más reciente recorrido, volví a caminar sigilosamente kilómetros y kilómetros, subí y bajé escaleras, maté licántropos, lobitos y lobotes, siempre a la espera de un enemigo gigantesco que surgiera de la nada. Cuando creí que tenía dominado el escenario, apareció un ridículo lobo rabioso, de lomo erizado e idéntico a aquel primer perrucho que maté a cachetadas justo cuando empecé el juego. Me acerqué, presioné los gatillos con la seguridad que te da haberte enfrentado a esas criaturas en manadas. Me confié y terminé muerto. Perdí un dineral en Blood Echoes, maldije al lobezno y a toda su especie, aventé el control y apagué la consola. Sin embargo, antes de pelear con el animalejo, encontré un nuevo atajo. Que se prepare ese desgraciado lobo; ya sé dónde vive.
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