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'Black Mirror' y el estado de la ciencia ficción


Desde la ciencia ficción, ¿qué nos muestra esta serie sobre nuestro futuro?

por: Lalo Ortega Lalo Ortega

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En un discurso, durante el Festival de Cine de Venecia de 2007, Sir Ridley Scott declaraba muerta a la ciencia ficción. Para el legendario director de Blade Runner, ya todo se ha dicho y hecho en este género narrativo, por lo menos en lo concerniente al cine (y, por extensión, a la televisión). En pantalla, la ciencia ficción ha estado más preocupada por la satisfacción sensorial que la intelectual, al encargarse de dar vida a sables láser, autos voladores, viajes intergalácticos y criaturas de otros mundos. El lenguaje cinematográfico y los efectos especiales, ya muy desarrollados, pueden aportar cada vez menos novedad a la materialización de la fantasía, por lo que el cine de ciencia ficción se encuentra, irónicamente, cada vez más enfocado en revisitar las viejas glorias.

 

En el plano cinematográfico incluso se ha establecido una aparente relación causal entre la ficción y la realidad: la tecnología en las películas, supuestamente, inspira la creación de nuevos gadgets. Aunque cierta en algunos casos, ésta ya es una noción errada para el físico teórico, cosmólogo y autor Lawrence Krauss, quien sostiene que la imaginación humana ha sido rebasada hace mucho por una realidad de vertiginosos avances técnicos. “El futuro es ahora”, en resumidas cuentas.

 

 

Si la ciencia ficción está muerta por incapacidad de mantenerle el ritmo al presente, ¿qué trae a la mesa Black Mirror? La serie ha estrenado recientemente su tercera temporada en Netflix y mantiene su formato de antología. Cada episodio presenta una realidad distinta que, como expone su creador Charlie Brooker, retrata la manera en la que vivimos actualmente y “en la que podríamos estar viviendo dentro de 10 minutos, si no tenemos cuidado”. El impacto emocional de la serie es debido, en buena parte, a las similitudes de su contenido con nuestra realidad diaria.

 

Por ejemplo, un episodio de la nueva temporada muestra una sociedad organizada alrededor de la valoración mutua a través de las redes sociales: aquellos con los puntajes más altos pueden acceder a ciertos beneficios, no así quienes se ubiquen debajo de un determinado umbral. Como resultado, el personaje de Bryce Dallas Howard organiza su vida entera como si fuese una cuenta de Instagram, diseñada para agradar a las personas y así mantener su estatus. Una premisa que pudiera sonar ridícula hasta que deja de serlo, dado que esto ya es técnicamente viable en China.

 

La realidad está perturbadoramente cerca de la fantasía como para decir que, igual que antaño, fue inspirada por la ciencia ficción, que vaticinaba invenciones todavía distantes. Sin embargo, la serie mantiene un aspecto importante de la ciencia ficción como rama de la literatura, una que Isaac Asimov entendía como la interesada en el progreso tecnológico y en las reflexiones sobre éste, al visualizar sus posibles consecuencias para la humanidad.

 

Las inquietantes narrativas de Black Mirror plantean cuestiones esencialmente humanas al ahondar más allá de meras novedades técnicas. Si la inteligencia artificial puede otorgar una forma de vida eterna, ¿en qué lugar queda el alma? ¿Qué es el alma si la conciencia puede perdurar en una máquina? ¿Importa, siquiera, que tengamos o no alma? Por otro lado, mientras las compañías de entretenimiento se adentran cada vez más en nuestra información y vivencias personales, en un esfuerzo por generar experiencias cada vez más personalizadas y microsegmentadas, ¿dónde queda la barrera de la privacidad y la dignidad humana?

 

El “espejo negro”, para Brooker, es la pantalla omnipresente en forma de computadora, televisión o celular que miramos todos los días, en todas partes. Una segunda lectura del título sugiere el reflejo desalentador de la especie humana frente a dicho espejo. Como sostiene Krauss, la ciencia ficción bien podría estar obsoleta dentro de su rol como inspiración para el progreso científico. Sin embargo, el caso de Black Mirror apunta en una nueva dirección: la crítica a un futuro tan cercano que podría suceder mañana; la reflexión, sátira, sobre nuestra obsesión con los gadgets y con una representación idealizada de nosotros mismos en el plano digital. Una cínica advertencia por el desmedido avance científico, irónicamente diseñada para ser disfrutada y comentada desde los gadgets ubicuos de nuestra preferencia.

 

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