Por la mera naturaleza de su premisa original, el anime y manga Death Note es, además de un thriller criminal, uno sobrenatural: un shinigami (dios de la muerte) deja caer al mundo mortal su Death Note, la libreta que utilizan los de su especie para tomar las vidas de quienes les ha llegado la hora.
La libreta es encontrada por un joven de preparatoria, quien descubre que puede matar con sólo escribir en ella el nombre de las personas y conocer su rostro, por lo que decide utilizarla para hacer justicia en todo el mundo. Una auténtica cosa del diablo que llama la atención de un detective prodigio, con lo que comienza un juego de gato y ratón por descubrir sus mutuas identidades.
Death Note, película de Adam Wingard estrenada en Netflix, mantiene la mayor parte de estos elementos y los traslada a un contexto norteamericano (a la ciudad de Seattle). Light Yagami es renombrado Light Turner (Nat Wolff), y sigue siendo un preparatoriano desencantado con el mundo, menos desde la arrogancia y más como una víctima de la sociedad. También encuentra la Death Note en un día lluvioso y elige a su primera víctima para proteger a sus coetáneos del... bullying.
Esta primera víctima dice mucho de cómo Wingard aborda su adaptación, por momentos más aterrizada en el drama estudiantil que en los elementos sobrenaturales o criminales. Es cierto que, en potencia, podría representar un enfoque distinto al material original (que por sí mismo es complicado de condensar en una película). Pudo haber funcionado si tan sólo su reparto hubiera sido más sólido.
Esta versión de Death Note es lejana al duelo de ajedrez mental entre sociópatas manipuladores. Esto nunca es más notorio que en el caso de Wolff, quien interpreta a Light como un adolescente más guiado por el impulso, y sin duda más impresionable que su contraparte animada. Como ejemplo, su primer encuentro con el shinigami.
Del otro lado está el superdetective que se hace llamar L, encarnado por Keith Stanfield, con creces el personaje más difícil de trasladar al live action, dadas sus excentricidades posturales y alimentarias en el anime. Resulta una grata sorpresa que, por lo menos de inicio, éstas funcionan en pantalla, e incluso su vestuario está justificado por la historia.
Otra cosa del diablo: que este buen arranque del personaje sea echado a perder cuando se involucran las emociones en la mezcla. Tanto Light como L se convierten en caricaturas del dibujo animado, en un pleito de emociones venido a thriller de acción genérico en el que, no con poca ironía, sale mejor librado el personaje más improbable de todos. Donde Misa Amane es una representación cuestionable de las féminas, por no decir misógina, la Mia Sutton de Margaret Qualley por lo menos tiene una voluntad notoria.
Pero quizá no hay nadie más desaprovechado en Death Note que Willem Dafoe, quien provee de rostro y voz al shinigami Ryuk. Quien fuera una presencia tan sardónica como tenebrosa en el anime y el manga, es reducido a un ente con motivaciones tan indiscernibles como para resultar imponente o carismático. Dafoe es uno de los mejores elementos de la película por pura virtud de su talento, pero su potencial se desperdicia en una suerte de poltergeist que debió ser un dios imparcial.
Puede que Death Note no sea el más grosero de los fracasos en cuanto a llevar el anime al cine, pero le resta distancia para entretener por carecer de un elenco adecuado y por haber desechado el elemento más importante: el combate de dos mentes brillantes. Cosa del diablo, pues, que Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, creadores de la historia original, hayan afirmado que les encantó.
Cosa del diablo, también, que la puerta quede abierta para una secuela potencial. Por lo menos el anime original también está disponible en Netflix.
Death Note
Dirección: Adam Wingard
Reparto principal: Nat Wolff, Keith Stanfield, Margaret Qualley, Willem Dafoe, Shea Wigham y Paul Nakauchi
Estreno: 25 de agosto 2017
Plataforma: Netflix